Wado de Pedro: “Nos toca pelearla para que este negacionismo no siga avanzando”

En tiempos en los que el Presidente llama “excesos” a los secuestros, las torturas y las desapariciones, tender lazos entre quienes repudian los crímenes atroces de la dictadura es una tarea militante. El senador Eduardo “Wado” de Pedro, hijo de desaparecidos, participó de un encuentro con los familiares de genocidas que se nuclearon en Historias Desobedientes, el colectivo que se creó en 2017 para oponerse a que, con el 2×1 de la Corte Suprema, los asesinos volvieran a las calles y que el año pasado interpeló a Victoria Villarruel para que rompiera su “obediencia” con una familia que reivindicaba haber actuado en la represión durante los años del terrorismo de Estado. “Siempre nos tocó pelearla. Esta vez nos va a tocar pelearla para que ese negacionismo no pueda seguir avanzando, para que se resentimiento y ese odio no se transmita de generación en generación, para volver a levantar los principios y las banderas de Memoria, Verdad y Justicia y para que sigamos fomentando la convivencia pacífica”, dijo de Pedro.

Analía Kalinec llegó temprano a la Facultad de Derecho, donde está cursando la carrera de abogacía. En el Salón Rojo estaba preparando todos los detalles para el encuentro. Con ella, estaban los integrantes de La Retaguardia para asegurarse que la actividad se transmitiera.

Analía es la hija de Eduardo Emilio Kalinec, un integrante de la Policía Federal Argentina (PFA) condenado a prisión perpetua por crímenes en los centros clandestinos conocidos como Club Atlético, El Banco y El Olimpo. En los campos de concentración, Kalinec era el “Doctor K”; para Analía, un padre cariñoso. Cuando lo enjuiciaron, ella pudo enterarse de lo que había hecho su papá, el que le contaba el cuento de Colita de Algodón, un conejito que no hacía caso y, por su desobediencia, se lastimaba.

Fue Analía la que le sugirió a Wado hacer una actividad conjunta. Y Virginia Croatto –hija del diputado peronista Armando Croatto, asesinado por la dictadura– la que le habló de la valentía de los integrantes de Historias Desobedientes. “Me costó”, reconoció el senador. “Cambié algo. A partir de hoy tengo otra visión. Tengo otra forma de ver algunas cosas”.

Las que rompen los mandatos

–¿Qué rol tenemos los familiares de genocidas en la construcción de la memoria colectiva?– fue el disparador con el que Analía arrancó la charla.

Contó que Historias Desobedientes se conformó en mayo de 2017 –pocos días después de que Carlos Rosenkrantz, Horacio Rosatti y Elena Highton dijeran que le correspondía el beneficio del 2×1 al represor Luis Muiña. “Éramos cinco mujeres y un varón”, recordó. Al principio, solo fueron hijos e hijas. Después se sumaron otros familiares. El fenómeno empezó a extenderse por la región: había desobedientes en Chile, Paraguay, Uruguay y Brasil.

“Nos dábamos cuenta que había cosas que nos atravesaban: el mandato de silencio, los discursos de odio, el mirar para otro lado”, enumeró Analía.

A Juliana Vaca Ruiz la conocen como “Teté” en el colectivo Historias Desobedientes. Su abuelo Omar Jesús Vaca integró el área de inteligencia del Ejército en Rosario. Ella cuenta que le costó acercarse al grupo por vergüenza. La amargaba que la asociaran con alguien que había cometido crímenes aberrantes.

Para Teté, la desobediencia significó deconstruir la familia. Ella, al igual que su padre, decidieron “reapropiarse” del apellido que aparecía manchado con sangre. “Yo agarro ese nombre, lo resignifico y ahora ese nombre es un nombre desobediente. Ya no va a significar silencio”, dice.

En su historia, el feminismo también juega un rol fundamental. “El feminismo propone que tu identidad te pertenece, y con eso podés hacer lo que quieras”, dice atando distintas luchas.

Juliana Vaca Ruiz, Wado de Pedro, Analía Kalinec y Valeria Thus. Foto: Sandra Cartasso.

El coraje de la verdad

Valeria Thus es la coordinadora del programa Justicia y Memoria de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es una de las académicas que más se han dedicado a analizar el fenómeno del negacionismo. Y la de La Libertad Avanza (LLA) en el gobierno plantea desafíos para todo lo conocido. “No hemos podido dimensionar lo que significa que un presidente elegido por el pueblo, en plena democracia, utilice el lenguaje de los asesinos”, dice en referencia a cuando Milei usó la teoría de los excesos para referirse a los crímenes de la dictadura, una excusa que había inventado Jorge Rafael Videla para desentenderse de las denuncias internacionales.

–¿Por qué se da una conexión entre quienes niegan los crímenes de Estado, tienen una agenda regresiva de derechos y niegan el cambio climático?–pregunta Thus.

El punto en común, para ella, es la subjetividad neoliberal, una racionalidad que trae aparejada la impugnación de la democracia y los derechos humanos. Thus propone desenmascarar los mensajes negacionistas en cada momento y pensar el escenario de los juicios de lesa humanidad como una herramienta para enfrentar esos discursos.

Al momento de cerrar su intervención, Thus no dejó de señalar que ella pertenece a la misma generación que Wado y Analía. Pero, para hablar de ellos, recurrió a un concepto que había recuperado Michel Foucault: el de parresia, del coraje de la verdad. “El testimonio como forma de vida”, resaltó.

La extensión del daño

De Pedro habló de sus años como militante de H.I.J.O.S. De las primeras reuniones en los ‘90 en las que se preguntaban qué había pasado con sus padres y con quiénes se habían criado. Él es hijo de Lucila Révora y Enrique de Pedro. Al padre lo asesinaron en 1977. Con el tiempo, Lucila formó pareja con otro compañero de la organización, Carlos Fassano. En octubre de 1978, un grupo de tareas llegó hasta la casa en la que vivía la pareja con Wado, que todavía no había cumplido dos años todavía. A Fassano lo acribillaron. A Lucila –que estaba embarazada– la sacaron herida. A Wado, que inicialmente lo habían dejado con un vecino, lo llevaron después al Olimpo. Estuvo más de dos meses secuestrado hasta que la familia lo recuperó.

“Escucharla a Juli hablar de la experiencia, de la vivencia, me da la sensación de que el daño fue muchísimo mayor. Uno siempre vio el genocidio, la matanza, desde un lugar. El económico fue el objetivo central, políticas parecidas a las de hoy. Comenzó un ciclo en la Argentina horrible, de deuda. El personal: los que perdimos familiares. La huella y la cicatriz en la historia de ser un país con una dictadura sangrienta. Y la verdad es que nunca había tenido esta charla, y pensar también en los familiares de los genocidas”, reconoció. “Me pone muy feliz la valentía”, resaltó.

“Me toca estar en el Senado de la Nación –siguió– y tener como vicepresidenta a Victoria Villarruel. Tener una vicepresidenta de la Nación que miente, que quiere volver a una Argentina oscura, que reivindica los peores capítulos de la historia argentina, que usa las peores prácticas. Está en el Poder Legislativo, cosa que la dictadura genocida desconoció. Esas contradicciones –esa mezcla de oportunismo, resentimiento y confusión– tenemos que empezar a discutir”.