El primer debate presidencial no evidenció el nivel de riesgo que algunos debían tomar para incidir en el 25 por ciento de votantes sumidos en la indefinición. Pero en la segunda convocatoria de esta noche, dos de los candidatos jugaron a todo o nada de cara a las elecciones del 22 de octubre próximo, incluso uno de ellos tratando de cambiar el clima de empate imperante. Y la seguridad, con Rosario en la mira, y las fuertes chicanas levantaron el mercurio del último enfrentamiento verbal antes de los comicios.
Como una semana atrás en Santiago del Estero, Javier Milei (La Libertad Avanza, LLA), Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio, JxC), Sergio Massa (Unión por la Patria, UP), Juan Schiaretti (Hacemos por Nuestro País) y Myriam Bregman (Frente de Izquierda, FIT) reinterpretaron el papel de duelistas en un formato ajustado por la múltiple oferta electoral. De arranque, la agenda urgente a nivel internacional hizo que los postulantes se expresaran sobre la guerra en Medio Oriente.
Milei llegó a la última contienda verbal antes de las generales sin grandes exposiciones públicas y consciente de que es uno de los que ya tiene el camino despejado, al menos, hacia una segunda vuelta. Cuidar lo ganado desde las Paso fue la consigna que marcó el pulso del economista a lo largo de la semana que separó un debate del otro.
Por eso, apeló a lo seguro. Apuntó contra la “casta” en su propuestas de trabajo y producción y al hablar de corrupción. Y chicaneó -de menor a mayor grado de dureza- a Bullrich: fue desde un pedido para que se descontracturara frente a las cámaras (“Suéltese un poquito”, dijo) a volver a enrostrarle su pasado (“Montonera asesina”, le espetó). Sí, por momentos, subió el tono respecto del choque previo.
Massa salió a escena con escaso margen en materia de anuncios, con la sombra del affaire de Martín Insaurralde -no capitalizado por sus rivales el domingo pasado- rondando por la UBA y con un dólar blue que no encuentra techo. Sólo su ambición de poder y la necesidad de superar a Bullrich hicieron que el tigrense minimizara el impacto del escándalo (la azuzó con su inacción frente al supuesto vínculo de Gerardo Milman en el atentado contra CFK), en momentos en que el índice de confianza en el gobierno acaba de sufrir una baja significativa. Fue una parada brava: ningún rival le escatimó una crítica.
Bullrich y Massa también interpretaron el primer cruce, en una noche en la que el líder del Frente Renovador (FR) nuevamente eludió las menciones a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner y se centró en lo que haría de lograr asumir la Presidencia, sin soslayar su propuesta de gobierno de unidad nacional.
Esta vez sin gripe a la vista, Bullrich subió al escenario con nulo margen de error. La ex ministra de Seguridad nacional precisaba mejorar respecto de la presentación de Santiago del Estero. Y arrancó citando el caso Insaurralde, a quien ligó a Massa, y con palos a Milei por un supuesto acuerdo con el oficialismo. Buscó polarizar con el titular de Economía y con el ultraliberal para romper la eventual paridad entre ambos.
Cómoda con el eje temático seguridad, aunque en muchos tramos del debate aferrada a una impronta de spot de campaña que le quitó espontaneidad, la titular del PRO en uso de licencia volvió a utilizar la crisis en Rosario como caso testigo de lo que hará si llega a la Casa Rosada. Así cerró una semana en la que batalló con Milei en torno a su rol durante la década del 70 y en la que tuvo que surfear una nueva ola de crisis interna por el supuesto guiño de Mauricio Macri al jefe de LLA.
Pese a que Bullrich llegó a la Facultad de Derecho con una foto junto al ex presidente (y también acompañada por el gobernador electo de Santa Fe, Maximiliano Pullaro), en la previa se destacaron las dudas de por qué el fundador del PRO hace lo que hace, que siguen sin despejarse. Un indicio: las no pocas coincidencias que tiene con el economista.
Los otros dos candidatos, Schiaretti y Bregman, mantuvieron la buena performance de una semana atrás, que les dio rendimientos aceptables y les permitió capitalizar un mayor grado de conocimiento.
La televisación del segundo debate presidencial volvió a tener un alto impacto en el rating. Y, ya cerrada la transmisión, el protagonismo recayó nuevamente en las redes sociales, donde las repercusiones y los recortes se hiperviralizaron, haciendo que cada militancia celebrara la intervención de su respectivo candidato. Una vez más, el campo de batalla virtual multiplicará la atención y procurará modificar voluntades sin pausa.
Si bien los debates brindan información para conocer un poco más a los candidatos, constituyen la convocatoria de potencia superlativa de una campaña electoral: todos los postulantes están en un mismo lugar, y con idénticas condiciones, a disposición de los votantes. Y, si hay segunda vuelta, la puja verbal (prevista también en la UBA para el 12 de noviembre) aflojará su corsé reglamentario. Apenas dos semanas separan a los argentinos de las cruciales elecciones presidenciales. La decisión está en el viento.