El fútbol, ya lo dijo Dante Panzeri, es la dinámica de lo impensado. Quizás por eso –en esta reedición del que para argentinas y argentinos es el mejor clásico del mundo– el River ofensivo que planteó Martín Demichelis le hizo un gol de contra al Boca más luchador y de identidad difusa que puso en la cancha Diego Martínez. Tal vez por eso, a su vez, el empate xeneize llegó en el peor momento de Boca… pero de la mano de quien mejor tuvo y acarició la pelota en la tarde del Monumental. Posiblemente se encuentre también en ese misterio la razón de que, a los 78 minutos, el técnico de Boca decidiera quitar del juego al hombre más destacado entre los suyos, el volante Medina, para situar a un defensor más entre los once de su equipo. Dinámica de lo impensado.
El empate por 1-1 le quedó chico a un Superclásico de ritmo frenético, que bailó más al compás de una intensa música electrónica que de otros géneros con melodías más elaboradas pero que generó ganas de seguir prendido a su música. Y sin embargo, en el aire queda la sensación de un resultado justo. El partido podría imaginarse como una canción de dos estrofas, idénticas en sus métricas y tempos: River dominó al principio del primer y segundo tiempo y Boca fue más protagonista luego de esos comienzos de intensidad y precisión millonaria.
El sabor más dulce le queda a Boca: no llegaba como favorito, logró empatar a fuerza de tenencia y amalgama de juego y encontró una alineación de volantes que su entrenador debería considerar de aquí en adelante. El equipo de Martínez pareció descubrir, en pleno vértigo del Superclásico, una sintonía especial que regaló momentos de esos que hace rato Boca no acostumbraba a ofrecer. Por caso, hilvanó 19 pases para llegar con inteligencia y triangulación al arco de Armani en una de sus jugadas ofensivas del primer tiempo. Tampoco puede ser casual que el gol del empate lo hiciera Medina, quien supo triangular los momentos lindos de Boca cuando miró hacia adelante y se juntó con Saralegui y Ezequiel Fernández.
Es posible que el sabor más amargo de la tarde se lo llevara el local, cuya hinchada sobre el final del segundo tiempo hasta lanzó el famoso cantito “Movete, dejá de joder”, al no sentir saciada su sed futbolística ante lo que pasaba en el Monumental. River no supo sostener la posesión a la que acostumbra (en el primer tiempo, Villagra pareció sentirse solo en el mediocampo ante el triángulo de volantes luchadores xeneizes) ni logró sostener la victoria tras el gol de Solari, que había llegado a los tres minutos de la segunda parte tras un preciso pase en profundidad de Enzo Díaz desde el propio campo de juego. En los duelos individuales de técnica, que parecían de antemano favorables a los millonarios, también hubo paridad: River no pudo sacar allí distancias y solo entregó algunas pocas pinceladas de lo que sus nombres parecen capaces de hacer. Y tampoco la suerte acompañó esta vez a los de Demichelis: una hermosa jugada de Colidio en el primer tiempo, con previo taco de Solari y un auto-pase suyo para dejar pasar a Advíncula, terminó en un remate que pegó en el palo izquierdo de un vencido Romero.
Fue empate. ¿Impensado? Quizás, pero pareció justo. Algo parece seguro: ha sido una de las paridades más atractivas de ver en un Superclásico, ese partido de melodía singular y única, que nunca se repite y que, pese a ser una igualdad, esta vez les dejó a los futboleros ganas de seguir viendo más.