Entre los valiosos documentos que atesora la Biblioteca Nacional se encuentra el Archivo testimonial, de su Programa de Derechos Humanos. Se trata de material audiovisual, contemporáneo y en construcción permanente, donde se conserva la memoria de víctimas directas e indirectas del terrorismo de Estado. Unos doscientos testimonios hasta ahora, que dan cuenta de la trama genocida y describen los crímenes cometidos por la represión institucional que azotó al país en los ‘70.
Este Archivo sorprende por la variedad de sectores sociales que representa y por el detalle de los delitos contra la humanidad, perpetrados a través de una metodología sistematizada: la serie siniestra que va desde la persecución, el secuestro y la tortura, a la desaparición o el asesinato. La herida sangrante de nuestra historia contemporánea que comenzó a sanar cuando la palabra silenciada por el terror se pudo manifestar. Cuando Memoria, Verdad y Justicia se convirtieron en política de Estado.
Esto cuenta la voz coral que se reconstruye en este Archivo testimonial del Programa coordinado por Graciela Blancat, desde que esa misión le fuera encomendada en 2012 por Horacio González, entonces el director de la Biblioteca. Por eso, ante la próxima asunción de un nuevo gobierno, advierte: “Es necesario estar alertas para defender el Programa, porque estamos hablando de derechos humanos y va a asumir un gobierno que habla de otra historia. Para ellos las víctimas son los genocidas”.
Durante el macrismo, “con Alberto Manguel como director, hubo un recorte, se desfinanció el Programa por cuestiones ideológicas”, explica. “Viajamos poco, hicimos menos testimonios, pero el Programa no se tocó y el Archivo tampoco”. Blancat hace hincapié en la función de custodios de la memoria que tienen al resguardo.
“Tantos nombres, tantos dolores y tantas personas estuvieron dispuestas y han venido a contar sus casos”, cuenta Blancat, que se hizo necesario en un momento salir en busca de quienes no podían viajar a Buenos Aires. Así se pueden ver testimonios de Mar del Plata, Rosario, Paraná, Mendoza, Tucumán. Llegaban a grabar diez testimonios por día. “A algunos no se los puede ver en ningún otro lado”, comparte.
En primera persona
Los relatos son coloquiales pero consistentes: “A mi hijo y mi nuera se los llevan esa noche, entraron a las tres de la mañana rompiendo todo, ella estaba embarazada”; “asaltaron mi casa unas treinta personas, estaban fuertemente armadas, llevándose a mi hijo y a mi nuera embarazada”; “se llevaban el dinero y todo lo que pudieran saquear”; “a mi papá lo agarra en la calle un grupo de civil con armas largas”; “a ella la llevaron en el baúl de un Falcón a otra comisaría”; “a ella la tiraron viva al mar”.
Quienes hablan son personas que fueron detenidas-desaparecidas, como Cristina Comandé (fallecida en 2022), o Manuel Yapura. Manuel trabajaba en el ingenio San Pablo y fue secuestrado, torturado y enterrado vivo en una fosa común. De la que pudo salir “arañando las piedras, no sabía dónde estaba, todo campo, de noche”, cuenta. Fue detenido otra vez, meses después y llevado con otros dirigentes rurales a La Escuelita de Famaillá. “Han terminado con toda una generación de dirigentes, de la gente que luchaba por el bienestar del barrio”, dice Manuel en su testimonio de 2019, registrado en Tucumán.
También hablan familiares, madres, padres, hermanos, hijos de personas desaparecidas. Es conmovedor el relato de María Isabel “Chicha” Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo y luego de la Fundación Anahí, por su nieta. “Ella nació en agosto de 1976” en La Plata, cuenta. Tres meses después la secuestran, en el operativo donde fue asesinada Diana, la mamá. “Dicen que casi la parte al medio la ráfaga de disparos, por la espalda”, detalla Chicha sobre la muerte de su nuera. Su hijo Daniel fue asesinado en 1977. Anahí continúa desaparecida. Chicha murió en 2018 pero dejó abierta la investigación que sostuvo por 40 años, buscando a Anahí.
Testimonian otras Madres y Abuelas, como Mirta Acuña de Baravalle o Josefina “Pepa” de Noia, una de las primeras 14 mujeres que iniciaron las rondas de los jueves. Están Carmen “Tota” Guede y Marta Ocampo Vásquez, quien falleció en 2017. También otras históricas referentes de Madres Línea Fundadora, como Taty Almeida y Nora Cortiñas.
Hay hermanas como Adela Antokoletz, hermana de Víctor, abogado defensor de presos políticos. Hay padres como Julio Morresi, hay hijos como Hugo Ginzberg, Ramiro Pose o Charly Pisoni. Nietas y nietos restituidos. Primas y primos. Artistas como Lidia Borda, cuya mamá era obligada a “lavar la ropa con sangre de las personas secuestradas” por Roberto Madrid, su pareja entonces, sargento de caballería que reportaba en Campo de Mayo.
Hay religiosos como el fraile capuchino Antonio Puigjané (fallecido en 2019), cuyo padre Juan Daniel fue secuestrado en 1972, un caso señero. Está el psicólogo social Alfredo Moffatt (fallecido en 2023), que se abocó a la salud mental desde espacios como El Bancadero o Radio La Colifata, con experiencias que habilitaron las palabras silenciadas por el terror.
La trama genocida
El recorrido por estos testimonios evidencia, de manera escalofriante y al mismo tiempo conmovedora, el valor de quienes portan el recuerdo y lo exponen en palabras, y la trama represiva ejecutada por el Estado. “El objetivo del Archivo fue inicialmente ofrecer custodia, registro y difusión a la memoria sobre las violaciones a los derechos humanos en la Argentina, en especial en la última dictadura”, explica Blancat.
La propia dinámica de trabajo, trajo luego la necesidad de realizar debates y homenajes que fortalecieran esta memoria social desde la oralidad. “El abanico de testimonios representa a distintas organizaciones y a personas que pasaron por la cárcel o un centro clandestino, por el exilio, y a sus familiares”, añade. En la mayoría de los casos, también han declarado en los juicios de lesa humanidad.
Fue arduo armar la metodología de las entrevistas pero una vez diseñada solo hubo que seguirla, y por supuesto tener la firmeza para repasar los duros relatos que se cuentan. “Pero ahora está disponible -define Blancat-, la memoria no debe estar bajo llave, tiene que ser traspasada de generación en generación”.
“No son declaraciones en un juicio, hablan desde sus historias de vida”, advierte la coordinadora. Y añade que, además, desde esa experiencia se confluye en la actualidad. En esa espontaneidad los relatos encuentran una potencia que les permite trascender el tiempo, no el dolor, para describir el impacto de los crímenes de Estado en sus vidas: las relaciones personales y afectivas, la casa, las comidas, el barrio.
La desmesura de las acciones represivas orquestadas desde el Estado se ubica en ese contexto -el de la vida cotidiana-, en la dimensión real de la tragedia que origina hasta que el Estado argentino asume el lugar de la reparación. Una acción que implica, entre otras condiciones, el resguardo de la memoria colectiva.
El Archivo, por la custodia de memoria que ofrece, fue declarado de interés por la Cámara de Diputados de la Nación. En octubre se le entregó a Blancat y al Programa esa distinción en un acto presidido por Juan Sasturain -actual director de la Biblioteca-, que contó con la presencia de Taty Almeida, de Valeria Taramasco, actual secretaria de Derechos Humanos de ATE, y de la diputada nacional Paula Pennaca, impulsora del proyecto.