Se cumplieron este domingo 32 años del atentado contra la Embajada de Israel en Buenos Aires y este lunes, a las 14.30 se concretará el acto oficial de recordación de las 22 víctimas. El presidente Javier Milei anunció que estará presente y los organizadores ya adelantaron que le darán la palabra. Los otros dos oradores serán el embajador de Israel, Eyal Sela, y Alberto Kuperszmid en representación de los sobrevivientes. Como también ocurre con el atentado a la AMIA (el 18 de julio se cumplirán 30 años) nunca hubo una verdadera investigación: de hecho, se hicieron imputaciones internacionales, pero en el caso de la embajada no se pudo determinar de dónde salieron los explosivos, quién los cargó en la camioneta Ford F-100 con la que se perpetró el ataque ni la existencia o no de un suicida. La causa instruida por la Corte Suprema fue tan burda que en 1992 se habló de 29 víctimas y recién cinco años después se estableció que los muertos fueron 22. Esa es la nómina que figura en las paredes de la Plaza Seca de Arroyo y Suipacha, donde hoy se hace el acto.
Todo indica que en el ataque contra la Embajada se utilizó el mismo método que en el atentado contra la AMIA. Se compró una camioneta, en este caso en la avenida Juan B Justo y con un documento falso a nombre de un brasileño. El vehículo se pagó en efectivo. Días después la Ford fue dejada en un estacionamiento de la avenida 9 de Julio y en la mañana del 17 de marzo de 1992 alguien la retiró, ya con el explosivo a bordo. Condujo unas cuadras hasta el frente de la delegación diplomática y se produjo la explosión. Por supuesto, la custodia policial estaba ausente. Igual que en el atentado contra la AMIA.
En la supuesta investigación encabezada por la Corte Suprema se terminó acusando a la organización libanesa pro-iraní Hezbollah. Nunca en base a pruebas, siempre a partir de informes de inteligencia israelíes y norteamericanos. La lógica indica que se trató de una respuesta a la política exterior del presidente de entonces, Carlos Menem, quien decidió enviar dos naves a la Guerra del Golfo, una ofensiva contra Irak que había invadido Kuwait. Es como si en el actualidad, Argentina proveyera de tropas a Ucrania contra Rusia o a Israel en el conflicto de Gaza. Es decir, Menem se involucró en una guerra desarrollada a miles y miles de kilómetros. Es muy probable que para decidir el ataque en Buenos Aires los terroristas hayan tenido en cuenta el origen árabe de Menem -o sea que consideraron la ofensa aún mayor-, la débil estructura de las fronteras del país y el hecho de que Argentina tenía -y tiene- la mayor comunidad judía de América Latina. De todas maneras, se trata de especulaciones, porque nunca se encontró prueba de ningún tipo ni se identificó a alguno de los autores.
Con Milei se repite la historia
En cierto sentido la historia vuelve a repetirse. Milei se ha sumado de cuerpo entero a la política exterior de Estados Unidos e Israel y, más bien, a las posturas más de derecha de esos dos países. Eso hace pensar que, si habla como está previsto, va a apoyar sin objeciones la respuesta del primer ministro Benjamín Netanyahu a la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre pasado. En ese punto, Milei se asocia a las derechas de Estados Unidos e Israel, porque hasta Joe Biden cuestiona los bombardeos indiscriminados sobre Gaza, con enorme cantidad de víctimas que no tienen relación con Hamas. Dentro de Israel mismo se sostiene que los bombardeos tiene como finalidad esencial salvar al gobierno de Netanyahu, golpeado por el ataque terrorista de Hamás, y con encuestas que demuestran que perdería por goleada una nueva elección.
La causa judicial por el ataque de 1992 sigue abierta, pese a un intento de la Corte de cerrarla, y aunque en su momento un ex embajador de Israel en Buenos Aires, Itzhak Avirán, íntimo amigo de Menem, se despachó hace unos años señalando que Israel “ya se hizo cargo de los autores del atentado”. Dio a entender que los mataron en algún lado, aunque cuando la justicia le pidió explicaciones, sostuvo que no podía precisar nada.