Desde Río de Janeiro
Argentina ganó la batalla del Maracaná. Con personalidad, incluso desde antes de empezar el partido cuando los jugadores salieron a defender a los hinchas golpeados por la policía, la Selección campeona del mundo mostró su estirpe y su grandeza para llevarse un triunfo tan importante como histórico: nunca, en más de 50 partidos jugados en su tierra, Brasil había perdido por Eliminatorias. Hasta que llegó la Scaloneta y, una vez más, cambió la historia.
Argentina no jugó un gran partido pero mostró personalidad para defender, tuvo muy buenos pasajes manejando la pelota y aprovechó su oportunidad. Del equipo de Diniz se extrañaron las ausencias de Casemiro, Neymar y Vinicius y, sobre todo, el buen juego que le permitía ostentar el récord de no haber perdido nunca en las Eliminatorias. Pero antes de eso, hubo varios capítulos que merecen ser contados.
Cada vez que uno entra al Maracaná ve volar fantasmas, algunos son históricos, otros que fueron vistos en directo. En el arco de la izquierda del palco de prensa, Alcides Gighia deja mudas a 200 mil almas. Otros tiempos estos, con un estadio de todas butacas y capacidad para 78.838 personas.
En el arco de Gighia, el Fideo Di María patea de emboquillada y la manda a guardar, pero Higuaín no aprovecha el macanazo de Kroos. En el otro arco, el del Piojo López desde un ángulo cerrado, está el maldito Götze del 2014. Detrás de todos ellos, en esa cabecera, dos horas antes del comienzo del partido, tres mil argentinos cantan “dale campeoooón” y el de la voz del estadio sube el volumen de la música para taparlos.
Todo venía lindo hasta los himnos. Maracaná lleno, clima de fiesta… Pero hubo silbidos en el himno argentino, un par de piñas al aire entre hinchas y entró la policía a repartir a mansalva, especialmente a los argentinos. Típico de la policía carioca. Los jugadores que tenían familiares en esa cabecera, saltaron los carteles, fueron a la escena del crimen, vieron que había gente lastimada y, a instancias de Messi, se fueron al vestuario.
Claro que antes de la decisión del capitán, al Dibu Martínez se lo vio tratando de saltar las vallas, con la intención de impedir que la policía siguiera pegando bastonazos a los hinchas. Como siempre hicieron los hinchas, esta vez, desde adentro, los jugadores bancaron a la gente, como para que esa comunión siga creciendo.
Después de casi media hora y el regreso al vestuario, empezó el partido, aunque en realidad, la batalla cambió de escenario: dentro del campo de juego se pegaron mucho y jugaron muy poco. El chileno Pedro Maza amonestó a Gabriel Jesus -pudo ser expulsado-, Raphinha y Carlos Augusto ante las protestas de todo el Maracaná, sobre todo, porque no le sacó tarjeta a De Paul.
Con la pelota fue más prolijo Argentina, beneficiada por la acumulación de volantes, pero no tuvo profundidad y no inquietó en ningún momento a Alisson. Brasil desordenado, pero directo, provocó algunos revolcones del Dibu Martínez. El siempre hostigado Messi (“anda a tomar por culo”, cantaban una y otra vez) apenas apareció en ofensiva con un remate débil y desviado.
De a poco, Brasil empezó a mejorar con la pelota y Argentina se tiraba atrás y demoraba. Pero en el momento menos pensado, una sucesión de buenos toques terminó en córner. Y en el córner, Otamendi saltó más alto que todo Brasil y clavó la pelota en la red. Después vinieron cambios al por mayor (incluida la salida de Messi, reemplazado por Di María) y la expulsión de Joelinton. El momento de aguantar y completar una faena para la historia.
El “ole, ole” de un toqueteo argentino un par de minutos antes del final fue la frutilla del postre hasta que llegó el desahogo. Los hinchas argentinos se quedaron saltando y festejando hasta que ya no quedaba nadie de Brasil.
En el final de la batalla, los jugadores volvieron a saltar los carteles, esta vez para celebrar con los hinchas. En el arco del gol de Götze celebraron la victoria que había sellado Otamendi en el otro arco, el del gol de Di María, que los brasileños deben creer que está embrujado.