Un libro realizado por la Asociación Pro Rosario recorre con cautivantes fotografías y textos el encanto de haciendas en los orígenes de la ruralidad
Escondidas en nuestra infinita horizontalidad. En una llanura que envuelve, cautiva y se extiende como frondosa condición expresiva. Erigidas como valiosos testimonios de inicios y evoluciones, de contiendas y posicionamientos, de búsquedas y descubrimientos, de partidas y regresos, de luchadores y soñadores que construyeron la memoria de estas tierras y se enamoraron de sus potencialidades. El libro “Estancias con historias: Rosario mirando al campo”, revela sorprendentes hallazgos a través de un fascinante recorrido por 22 establecimientos muy cercanos.
Esta publicación se interna en aspectos desconocidos de haciendas que protagonizaron un rol clave en la historia de nuestra ruralidad. Muchas de las cuales, tuvieron que adaptarse y reconvertirse como destinos turísticos, sedes de eventos, o como ejes de nuevos emprendimientos, para poder sobrevivir intentando respetar los mandatos originales. Esta obra propone un auténtico viaje por lo inexplorado, con anécdotas imperdibles y un caudal fotográfico que atrapa.
Este libro realizado por la Asociación Pro Rosario salió a la luz luego de un esfuerzo de 9 años, y se apoyó en conversaciones de las autoras con los propietarios de estas 22 estancias, actuales y anteriores, situadas en cuatro provincias (Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba y Buenos Aires), que conforman esta amplia zona productiva. Sus 140 páginas se imprimieron en formato bilingüe (español e inglés), y con una ágil disposición, devela historias increíbles que sorprenden a los lectores, donde se destacan las bondades de Raúl Bambi García en las fotografías.
Esta publicación exhibe 22 establecimientos situados en zonas rurales cercanas. Están las estancias Santo Domingo, Santa Rosa, La Yunta, La California, Del Sel, La Asención, El Manantial, La Airosa, San Sebastián, El Potrero, El Tinajón, San Nicolás “Agro Uranga”, La Ramona, San Simón, Los Naranjos, Oratorio Morante, 1884, La Josefina, Los Eucaliptos, San Miguel, Kentucky, y La Ilusión Polo Club.
Esta es la segunda edición de esta entidad, luego de “Rosario mirando arriba”, un repaso por las cúpulas más atractivas de la ciudad. Este nuevo envío pretende ser otro útil eslabón para poner en valor este patrimonio en escuelas, bibliotecas, oficinas de turismo y sedes diplomáticas.
Más de 400 años de historia
La estancia Santo Domingo, próxima a Laguna Paiva, propone uno de los viajes históricos más profundos del libro. Indaga en vínculos de alrededor de 400 años de historia. Refiere a una zona de aborígenes (calchines y mocoretáes), en la que estaban las taperas del cacique Vilipulo, el primer ocupante de esas tierras, tan fértiles.
Allí se estableció el explorador Juan de Garay (fundador de la ciudad de Santa Fe). Después, heredaron esa estancia su mujer y sus hijos, quienes luego la donaron a la Orden de los Domínicos. A mediados del siglo XVII, muy cerca se instaló el estanciero Jerónimo de Payba, cuyo apellido, modificado, dio nombre a la laguna y la localidad. Esa fue la primera estancia que quedó en pie en la región Litoral. Todas las otras que repartió Juan de Garay, fueron posteriores.
La amplia casona combina los estilos español y criollo, cuenta con ambientes corridos, techos altos y extensas galerías con arcos y corredores cubiertos de parras, adornados con grandes tinajas. Contiene un torreón y por sus señoriales salas transcurrieron cuatro largos siglos y la historia de esta provincia. El Cacique Vilipuno, Juan de Garay, Hernandarias, Domingo Cullen, y la familia Colombetti, entre otros.
Los actuales ocupantes (los Colombetti) hicieron levantar una capilla para cumplir una promesa, en señal de agradecimiento a la virgen por haber salvado la vida de uno de los hijos en una riesgosa operación.
La rosadita del coronel
El ingreso a la estancia Santa Rosa está escoltado por altos eucaliptos. Ese sendero desemboca en una casa de aires coloniales, que perteneció al coronel José Rodríguez y a su señora Celestina Vergara de Rodríguez. Ese militar luchó en los turbulentos tiempos posteriores a la Revolución de Mayo, y por sus muestras de coraje en combate fue ascendido de categoría.
Rodríguez peleó con Urquiza en la batalla de Monte Caseros, y luego fue diputado en dos ocasiones, y finalmente se dedicó a la agricultura en estos campos, trabajando el trigo, el maíz, el girasol, y actualmente la soja.
Fue fundada en 1854, en Santa Clara de Buena Vista (en el sudoeste del departamento Las Colonias, provincia de Santa Fe), y todavía exhibe la fuerte impronta del dueño, con recuerdos a cada paso de su agitada vida de soldado, viajero y político. Hay muchas fotos familiares, cuadros, objetos, un piano, y también armas que utilizó en combate.
La casa principal cuenta con una hermosa y amplia galería y un importante torreón desde el que se observa un hermoso paisaje de llanura. Los interiores constan de amplios ambientes, con muebles de época. Parece detenida en el tiempo.
Bien conservada arquitectónicamente, la estancia del coronel Rodríguez exhibe ciertas semejanzas con el famoso palacio San José, del general Justo José de Urquiza, y aún conmueve.
La primera escuela rural
Muchas de las estancias expuestas en el libro están muy vinculadas al desarrollo de la red de ferrocarriles. Y el proceso de identificación es tan fuerte, que en algunos casos hasta las paradas de trenes tienen el mismo nombre que esos establecimientos que dieron origen al empuje de esas zonas. Como ocurre en La California (en el Departamento Belgrano, cercana a Las Rosas, provincia de Santa Fe).
En 1892, John Benitz, compró ese establecimiento y se instaló con su familia. Ese propietario había nacido en California, cuando todavía era territorio mexicano, y eligió partir de allí cuando pasó a ser de Estados Unidos. Se dejó llevar por su espíritu aventurero y se instaló en Argentina. Esa estancia fue testigo de veladas y multitudinarias fiestas familiares, con muchos invitados, y también competencias de polo y de tenis.
Cuando se estaba extendiendo el ramal del Ferrocarril Central Argentino hacia San Francisco, los Benitz donaron 20 hectáreas para instalar la estación de trenes, actualmente en estado de abandono. En aquellos momentos, había una línea telefónica directa desde la oficina del ferrocarril hasta el escritorio principal de la estancia.
Las vías de ferrocarril dieron nacimiento a la actual población de Las Rosas a partir de 1889. Y, también construyeron en 1898 la primera escuela rural de dos aulas, cercana a la estación, hoy también cerrada.
Al comienzo, la explotación del predio de dirigió a actividades ligadas a la ganadería y al tambo. Y, a partir de 1966 se dedicaron casi exclusivamente a la agricultura, conservando el tambo.
Uno de los hijos de esos primeros inmigrantes que instalaron La California, se casó con una maestra, invitada por Sarmiento. Vivieron ahí y ahora están enterrados en un cementerio privado de carácter familiar, dentro de la estancia, en tumbas adyacentes.
Allí se encuentran los restos de Clara Allyn, una maestra que vino en barco de Estados Unidos. La escuela rural Nº 6238 (donada por los dueños de esos campos) llevaba su nombre. Esa mujer tenía 21 años cuando vino a Argentina como docente, invitada por Sarmiento. Había nacido en Minnesota (Estados Unidos), en 1858, y se conoció con William Benitz en el barco que la trajo a Rosario. Tras dos años de noviazgo, se casaron, y fueron figuras trascendentes del desarrollo de la zona.
Un gran club de campo
Uno de los ejemplos más cercanos que exhibe uno de los últimos capítulos de esta publicación es Kentucky Club de Campo, ubicado a menos de media hora de Rosario, a un costado de la autopista a Córdoba. En la década del 40, Juan Félix Rosetti adquirió la estancia enclavada en la zona de Funes conocida como “Granja Nenucho”.
Durante la década del 60, su propietario forma el “Haras Kentucky”, nombre que toma del estado más importante de EE.UU. en la crianza de caballos de carrera. Allí se formaron grandes ganadores de algunas de los premios más grandes de los hipódromos más importantes del país.
Ese establecimiento contaba con una imponente casa que era el testimonio de más de un siglo de vida que, lamentablemente, se incendió el 18 de enero de este año, y debió afrontar pérdidas cuantiosas. Ese sector funcionaba como Club House de un barrio privado. Como ese siniestro sucedió luego de la impresión, el libro no refleja ese angustiante episodio, y su recorrido destaca algunas de las virtudes arquitectónicas que poseía ese inmueble patrimonial.
Las fotografías muestran el pasado reciente de un edificio espectacular, que parecía montado sobre un nivel más elevado que el terreno circundante, con simetría en sus formas geométricas, remarcadas por pisos y ventanas.
El gran arco de la entrada principal, en la planta baja, era una de sus características más distintivas. Tenía columnas decoradas con elementos claramente influenciados por el Art Nouveau, al igual que las barandas del patio, caladas con un simétrico ritmo de corazones.
En el interior, sorprendía la chimenea principal, revestida con mayólicas verdes y las figuras de dos gatos en lucha. Esas escenas propias de la vida rural, se reproducían con otros animales domésticos tallados en madera.
La tragedia que sufrió esta vivienda rural de gran jerarquía duele más aún porque para realizar esta casona se usaron materiales traídos de Europa. Tenía tejas francesas, mayólicas y azulejos belgas, y sanitarios con el sello real inglés.
Esa casona se estaba usando como Club House, y permitía desde sus diversos ambientes, gozar de un elegante confort y la vista de las calles y viviendas que integran el Kentucky Club de Campo, un barrio que reúne todas las ventajas de espacio, paisaje y buen gusto además de un espejo de agua, piscina, canchas de golf y de tenis para practicar deportes.
Ante lo sucedido, los responsables de ese establecimiento están acudiendo a la ayuda de especialistas para poder rehabilitar ese inmueble de alto valor patrimonial.
Imperdible
Con esta cadencia editorial, el libro se nutre de historias de tierras indígenas, de tolderías, de caciques y del empuje de los primeros exploradores. De inmigrantes y emprendedores. De guerreros y batallas. De fundadores y presidentes. De zonas destinadas para prisioneros y torreones para divisar las amenazas de los malones. De estancias con puertos, oratorios y cementerios propios. Y de estas pampas que, con su inmensa riqueza, siempre representaron un irresistible polo de atracción.
De esa manera, cuenta el inicio de los inicios, los puntos partida de los primeros establecimientos rurales, que luego se transformaron en inequívocos legados y nombres propios para estaciones de trenes, pueblos y ciudades, y todo lo que se formó en sus adyacencias.