El 23 de mayo de 1992, hace exactamente treinta años, moría en Nimes, Francia, Atahualpa Yupanqui. Pocas horas antes, había debido suspender un concierto en donde lo esperaban a sala llena y en el que iba a recibir un homenaje a la trayectoria. Como Borges y Piazzolla, Atahualpa no necesita presentación. Pertenece a esa estirpe de ciudadanos del mundo que han logrado entrelazar la identidad argentina con la cultura global para crear algo nuevo: un tipo de arte en tensión continua; apasionado, rebelde, vital.
“La obra de mi padre tiene componentes muy importantes”, dice Roberto “Koya” Chavero en diálogo con Infobae Cultura. “Se afirma en su tierra y en las tradiciones heredadas: los ritmos, las melodías respetuosas del paisaje de origen, la universalidad de las letras con la que expresa su mirada sobre la vida, la autenticidad de su interpretación cuando se trata de un tema instrumental. El público de cada lugar del mundo en el que se presentó lo consideró como un artista de arte genuino”.
Aunque oficialmente registró como propias unas 300 canciones, grabó más de 1.200. Las palabras de Atahualpa forman parte de nuestro lenguaje habitual, tienen el misterioso poder de la poesía: a la vez que dicen, nos dicen.
“Los ejes de mi carreta”, “El arriero”, “Duerme duerme, negrito”, “Tú que puedes, vuélvete”, “Guitarra, dímelo tú”: en la sencillez aparente de letras que no abundan en metáforas ni alegorías —una sencillez trabajadísima, muy difícil de conseguir—, late una fuerza a punto de desbocarse. “El mensaje más importante que nos dejó”, sigue Chavero, “fue el amor a la tierra, que no es otra cosa que amor a la vida”.
Atahualpa con su hijo Kolla, en el departamento de Chile 942 (1954). Foto: Cortesía Fundación Atahualpa Yupanqui.
Qué cosa tan parecida son tu destino y el mío
Tenía trece años cuando tomó para sí el nombre de Atahualpa (Borges tenía diez cuando tradujo “El príncipe feliz”, Piazzolla tenía trece cuando conoció a Gardel; quince tenía Spinetta cuando escribió “Barro tal vez”). La familia había dejado Pergamino para mudarse a Tucumán y él encontró en su nuevo nombre una forma de identidad que contenía la melancolía por el origen, pero que a la vez sería profético. Además del vínculo con el último emperador inca, Atahualpa Yupanqui significa en quechua: “el que viene a narrar desde tierras lejanas”.
Con un compromiso político que comenzó ya en los años 30 —cuando participó en una fallida revolución yrigoyenista— y continuó con su afiliación en el Partido Comunista —lo que le valió la censura y el encarcelamiento durante el gobierno de Juan Perón—, Yupanqui pasó largos años en el exilio.
Víctor Pintos, especialista en la obra de Atahualpa y responsable de las publicaciones Este largo camino y Cartas a Nenette, distingue al militante del artista: “Se ha cimentado una leyenda de la militancia de Yupanqui en la política”, dice, “pero su tan legendaria participación en el PC coincide con un momento muy fértil de su producción artística”. De esos años, además de las canciones mencionadas más arriba, son “Baguala de los mineros”, “Regreso del pastor”, “Zambita de los pobres”, “A qué le llaman distancia”, “Camino del indio”, entre otros.
“Generalmente se considera buena parte de lo que escribió y trascendió de Yupanqui a una ligazón política”, sigue Pintos, “y no es justo: Yupanqui escribió mucho por los marginados del mundo y eso no es solo terreno de un partido político, es parte de un sentido lógico del poeta despierto”.
A tono con Pintos, el músico y especialista en folklore Eduardo Durán señala que el legado de Yupanqui tiene la profundidad de ser un mensaje desprovisto de resentimiento: “En un país agrietado”, dice, “esto es muy importante. Jamás utilizó un minuto de aire para ejercer ningún tipo de revanchismo”.Visita a Hiroshima. Primera gira en Japón (1964). Foto: cortesía Fundación Atahualpa Yupanqui
La abierta herida de un sentimiento sagrado
¿En qué momento Atahualpa se vio a sí mismo como un artista? “Como coleccionista y por haber trabajado como parte de su archivo personal”, dice Alejandro Guillermet, miembro de la Fundación Atahualpa Yupanqui, “él fue un hombre consciente de su misión como folklorista”.
Guillermet tiene una vasta colección de discos, libros, partituras, fotos —las que ilustran este artículo fueron, justamente, cedidas por él—. “A partir de mediados de la década del 30″, dice, “podemos ver en Don Ata la idea de un hombre que quiere permanecer. Pero no desde lo personal, sino desde la obra. Y siempre desde la idea de lo anónimo, tan propia del folklore”.“Podemos ver en Don Ata la idea de un hombre que quiere permanecer. Pero no desde lo personal, sino desde la obra”, Guillermet
Atahualpa era un profuso escritor de cartas, como se puede ver en Cartas a Nenette —que reúne la correspondencia que mantuvo con su esposa, Antonietta Paule Pepin-Fitzpatrick. En esos diálogos epistolares sentía que se mantenía atado a su familia y a su país. En medio de las giras y conciertos por el mundo, “no quedaba alejado de su función de padre”, dice Guillermet, “y, a la vez, es muy común el agradecimiento por los recortes de diarios que lo mantenían al tanto de la situación política y cultural argentina”.Atahualpa Yupanqui junto al presidente Alfonsìn y directivos de SADAIC. Foto: Cortesía Fundación Atahualpa Yupanqui
Como sombra en la sombra por esos cerros
Desde los inicios del rock en la Argentina, los músicos supieron buscar en el folklore un lugar donde abrevar la identidad. Y si bien, como dice Víctor Pintos, “Yupanqui nunca vio con buenos ojos lo que se producía alrededor ni le prestó atención a lo que venía por detrás”, los rockers entablaron un diálogo imprescindible con su obra.
Tal vez el ejemplo más singular sea el de Ricardo Mollo, que con Divididos llevó “El arriero” al extremo, en una versión casi soñada por Jimmy Hendrix —y que Guillermet destaca porque en esa apropiación se da, finalmente, el anonimato que buscaba Atahualpa—, pero también se puede mencionar a León Gieco, Pedro Aznar, Calamaro, Spinetta, entre otros. Incluso Kevin Johansen lo convoca en una fusión irónica con el soul neoyorkino en “Atahualpa You Funky!”.
¿Qué es lo que mantiene vigente? “La hondura, la seriedad, el recortarse del esquema del artista argentino meramente comercial”, dice Durán. Yupanqui tenía la voluntad de alejarse del pintoresquismo que, desde una mirada conservadora o reaccionaria, pensaba al indio como figura meramente decorativa. “En Yupanqui”, sigue Durán, “no hay una línea vana o sólo puesta en función de la rima”.
A treinta años de su muerte, Koya Chavero mantiene cerca el recuerdo de su padre: “Hoy me acompañan su silencio, su mirada observadora, profunda, contenedora, su buen humor, su hábito de leer, escuchar Bach juntos, sus narraciones”.