Como buen partido de Libertadores, y más en una ida de octavos de final después de un largo parate copero, tomar riesgos no estuvo a la orden del día por parte de Talleres y River. Muchos duelos tácticos y pocas virtudes técnicas se vieron en el Mario Alberto Kempes cordobés, escenario de un duelo bastante aburrido que recién sacudió la modorra sobre el final, cuando apareció la cabeza salvadora de Paulo Díaz para darle una ventaja quizá exagerada a los dirigidos por Marcelo Gallardo de cara a la vuelta del próximo miércoles en el Monumental.
El Muñeco volvió a apostar por los chiquilines Mastantuono (17 años) y Echeverri (18) para hacer diabluras -ya lo había intentado en el 1 a 1 ante Huracán-, con el paraguayo Adam Bareiro aportando su fortaleza para chocar contra los centrales como nueve pivoteador, en reemplazo del Colibrí Borja.
Pero los pibes, bien contenidos defensivamente, no le hicieron justicia a la supuesta rebeldía que viene con la juventud. Y como entraron juntos, se fueron juntos. A los 56 minutos, Gallardo consideró que había visto suficiente y decidió apostar por dos “viejitos” en su lugar: Lanzini (31) y Nacho Fernández (34).
Y con ellos en cancha, el libreto del partido cambió por completo. Pero no por ellos, sino porque el defensor Lucas Suárez le metió un planchazo innecesario a Bareiro lejos del área. El árbitro colombiano no esperó ni al VAR y le sacó roja directa, para pesar de los cordobeses. Pesar que se incrementó mucho más cuando, casi que enseguida, Catalán puso de cabeza el 1-0 heroico pero se lo anularon por una clara posición adelantada.
Gallardo intentó aprovechar el jugador extra con el ingreso inmediato de otro pibe, Ruberto (18), en lugar de Aliendro para hacerle compañía goleadora a Bareiro -aunque el paraguayo, bastante intrascendente por cierto, no duraría mucho más-. Pero River no le encontraba la vuelta a Talleres ni con uno más. Cada vez que la televisación ponchaba al Muñeco, los gestos de disconformidad del entrenador eran muy elocuentes.
Mérito de Talleres que, con sus ausencias ofensivas (Ramón Sosa en disputa con la dirigencia para forzar su venta y Rubén Botta, lesionado) y en desventaja numérica, supo controlar a un River de Gallardo que todavía está lejos de ser el River de Gallardo.
Mérito cuya fecha de vencimiento era a los 85 minutos, claro está, cuando el chileno Díaz apareció demasiado solo para conectar un centro de Nacho Fernández para poner la pelota muy lejos de Herrera y a River muy cerca de los cuartos de final.