Se cumplen este jueves nueve años desde la muerte de Alberto Nisman. En semejante tiempo, la justicia no pudo encontrar ni una sola prueba de que al fiscal lo hayan asesinado: ni cómo entraron al edificio Le Parc, cómo llegó alguien al piso 13, como entró al departamento y, menos aún, de qué manera alguien entró y salió del baño donde se encontró el cuerpo. Todo sin dejar un rastro, una huella, algún vestigio de pelea, una mancha de sangre.
Dado que usaron y quieren usar el caso para la persecución política, ahora pretenden meter en el medio a Ariel Zanchetta, un “buchón” de los servicios de inteligencia de Junin que le avisaba a la SIDE peronista cuándo el campo cortaría una ruta cerca de su ciudad y después le avisaba a la SIDE/AFI macrista cuándo el corte lo harían los movimientos sociales. Zanchetta no tuvo la menor relación con Nisman, pero como todos los que juegan a ser espías sostuvo que “sabe cómo fue lo de Nisman”.
En realidad, en su poder sólo se encontró una carpeta —tenía más de mil caretas— con notas de prensa sobre una de las chicas a la que el fiscal le pagaba y que llevaba de viaje. Seguramente juntaba información para “apretarla” después o escribir alguna nota en su página web a cambio de alguna pauta. El dato curioso es que el actual gobierno tiene como ministro de Justicia a Mariano Cúneo Libarona, que fue taxativo: “El no aguantó lo que estaba viviendo. No entró alguien por una ventana volando o un comando iraní. Tomó la determinación de suicidarse”.
La gran Pato
Para la justicia —el juez Julián Ercolini y el fiscal Eduardo Taiano— la muerte de Nisman fue un homicidio. Se basa en un único elemento: una descabellada pericia realizada por la Gendarmería, cuando estaba bajo la órbita de Patricia Bullrich.
Esta semana vimos las falsificaciones de la ministra relacionadas con una supuesta célula terrorista, integrada por un peluquero, un jugador de ping pong y un delirante que se autodefinía (falsamente) como mercenario y agente de Estados Unidos. El show de Bullrich terminó con todos en libertad.
Así como armó esta estafa, ya lo había hecho antes, en 2018, con dos hermanos de Floresta, Axel y Kevin Abraham Salomón, a quienes también acusó de terroristas de Hezbollah porque les encontró un fusil Mauser de 1912 del bisabuelo. Los chicos, muy queridos en el barrio, terminaron también en libertad.
Las pruebas categóricas
El informe médico, la autopsia y la junta médica convocada en su momento por la fiscal Viviana Fein tuvieron resultados unánimes y categóricos: “No hay rastros de intervención de otras personas desde el punto de vista médico-legal”. Después se convocó a una junta de criminalistas y también concluyó en forma demoledora: “No había ninguna otra persona en el baño en el momento del disparo”.
Siempre se subvaloró el análisis de las manos de Nisman, hecho en Salta, en el laboratorio más sofisticado del país: “Sobre las muestras analizadas se hallaron partículas consistentes con residuos de disparo, podrían estar asociadas con la descarga de un arma, pero también originarse a partir de otras fuentes”. Se intentó descalificar la conclusión por esa última frase, pero Nisman no estuvo en contacto ni con fuegos artificiales ni con taladros a explosión.
La Justicia, manipulada por el macrismo, se negó a tomarle declaración bajo juramento a los gendarmes que hicieron aquella pericia trucha y mucho menos a que esos peritos confronten con quienes hicieron la autopsia, los miembros del Cuerpo Médico Forense (CMF), que depende de la Corte Suprema. El CMF hace 3.000 autopsias por año, la Gendarmería, ninguna.
Zanchetta sirve
El macrismo ha usado al pseudoperiodista y pseudoagente inorgánico de inteligencia como un instrumento más en la persecución política. El individuo, expolicía Federal que vivía en Junín, se presentaba como corresponsal de Clarín en esa ciudad y sirvió de “buche” multipropósito: era contacto de periodistas de ese medio, de otros medios, de policías y, por supuesto, de agentes de la SIDE y luego la AFI. A los peronistas les pasaba datos contra los macristas o los dirigentes del campo y a los macristas le filtraba información de los peronistas. La clásica: cortes de ruta, huelgas, conflictos políticos, infidelidades y lo que fuera. Pero Zanchetta, además, espiaba todo lo que podía, contactándose con hackers y el submundo digital y de las comunicaciones. En ese marco, se lo investiga por espiar a jueces, interceptar sus líneas telefónicas, chats y filtrarlos luego a los medios.
Como en nueve años no consiguieron ni una prueba de que a Nisman lo hayan matado, para este aniversario sacaron de la galera que Zanchetta puede saber lo que le ocurrió al fiscal y que era parte de una trama de servicios de inteligencia que tuvieron relación con la muerte en el baño del departamento del edificio Le Parc. Sucede que ya le tomaron declaración a casi 100 agentes de la AFI durante 2022 y 2023, sin resultado alguno.
A Zanchetta tampoco le encontraron nada. Sólo una carpeta —tenía 1.200— sobre Florencia Cocucci, una joven de la troupe de chicas a las que Nisman les pagaba y llevaba a distintos viajes de placer. Se ve que Zanchetta percibía alguna oportunidad de apriete a la chica o a alguien vinculado con ella. Era su estilo. Publicaba en su página de Internet o en los tres sitios con los que dice que colaboraba para luego presionar por una pauta, a un intendente, un gobierno provincial, un empresario o una corriente partidaria.
En el material que le encontraron a Zanchetta también hay una mención a Joaquín Conrado Pereira, un suboficial mayor de inteligencia del Ejército. “El verde”, como le decían, hizo denuncias contra amigos de Zanchetta y éste le devolvía “favores”, en una especie de interna entre ellos. La referencia es que “Pereira sabe lo que pasó con Nisman”, una forma de meterlo en la trama de la muerte del fiscal.
No hay el menor dato ni elemento de alguna vinculación ni de Zanchetta ni de Pereira con Nisman o su suicidio.
La palabra del ministro de Justicia
En el marco de la intención de seguir usando la causa Nisman para la persecución, un dato no menor es que el actual ministro Cúneo Libarona ha dicho taxativamente que el fiscal se suicidó, que la causa Cuadernos es un mamarracho y a Cristina nunca le encontraron ni una cuenta ni una sociedad ni dinero no declarado. El macrismo, a través de sus medios, exige que se retome la persecución al máximo nivel.
Dijo Cúneo: “Nisman no aguantó lo que estaba viviendo. No sé si alguien lo llevó a no aguantar esa situación. Hay datos que indican que no entró alguien volando por una ventana o que hubo un comando iraní, kirchnerista o de no sé quién que lo mató. No aguantó la situación. Mucho pesar personal, mucho dolor, propio de todo suicidio y él tomó esta determinación. Y hay dos elementos objetivos que nadie puede controvertir. Uno, que él mismo pidió el revolver. Y no se lo pidió a una sola persona, sino a tres. Y el segundo elemento es físico. El cuerpo aparece en un baño, con la cabeza, pobrecito, contra la puerta. Cuando llegaron, tuvieron que empujar la puerta. Si alguien le disparó, ¿cómo hizo ese alguien para salir de ese ámbito dejando la puerta bloqueada por la cabeza?. Los servicios de inteligencia mundiales no pueden alterar las leyes de la física”. El párrafo, además, tiene tiros por elevación a más de uno.
El resumen de Cúneo Libarona es demoledor y deriva hacia una conclusión lógica. Si hubo suicidio, después de nueve años, la causa debería cerrarse por inexistencia de delito. No hubo ninguna responsabilidad de los custodios de la Policía Federal, que ese fin de semana hicieron lo que siempre les ordenaba Nisman, entregar sobres, hacer de choferes e irse a su casa sin pisar jamás el departamento del piso 13. Tampoco en la muerte hubo responsabilidad de Diego Lagomarsino quien fue el tercero al que Nisman le pidió un arma. Lagomarsino se dejó convencer y terminó llevándole la pistola con la que el fiscal se pegó el tiro. Nadie en el mundo presta su propia arma, registrada a su nombre, para un asesinato. Son acusaciones que se caen por el propio peso y dejan el expediente sin sustento alguno.
La otra alternativa es la que adoptó Comodoro Py. Seguir usando la causa para perseguir, sin avance alguno, año tras año, camino a una década.